Será fundamental que aparezca una mayor oferta de dólares para poder sostener el esquema cambiario actual. La necesidad de controlar la inflación en un año electoral y mejorar la actividad
El año 2020 cierra con una contracción del PBI histórica, dentro de las más altas de la historia argentina. En este mismo año, aunque ahora parezca lejano, se reestructuró la deuda con acreedores privados, se suspendió y postuló una nueva fórmula de movilidad jubilatoria y se convivió con niveles de brecha cambiaria de entre el 27% y 120%. Y ello solo por mencionar algunos de los múltiples frentes que tuvo que atender la gestión de Alberto Fernández en su primer año, signado por la pandemia.
De cara al 2021, es difícil pensar que las cosas puedan complejizarse aún más. Se espera con optimismo que la actividad vuelva a crecer y que los indicadores sociales comiencen a recuperarse progresivamente. Sin embargo, los desafíos que se presentan para el próximo año están lejos de ser insignificantes y los niveles de pobreza y desempleo aún se ubican en niveles que deben ser necesariamente reducidos, siendo este el principal objetivo en los años venideros.
Precios e inflación
Existen 4 desafíos que será importante mirar de cerca para encarar el camino del crecimiento sostenido en 2021, algo que urge para mejorar el nivel de vida de la población, y sobre todo el de los estratos más bajos.En primer lugar, se ubica la evolución de los precios, con una inflación que cerrará alrededor del 35% durante 2020. Si bien «punta a punta» el año finaliza con una marcada desaceleración, durante los últimos meses se recalentó nuevamente el ritmo de incremento de precios, ubicándose en la zona del 3% al 4% mensual desde septiembre.
Además de ser un problema en sí mismo, el factor inflacionario es una amenaza a la recuperación de los salarios reales, que es el ingrediente fundamental para reactivar la demanda y el mercado interno. Las correcciones de precios regulados, la inercia inflacionaria y una oferta de pesos que no encuentra demanda podrían poner techo a la recuperación del poder adquisitivo.
La ley de góndolas, la expansión del programa Precios Cuidados y el congelamiento de tarifas son algunas de las medidas que buscarán contener los precios a principios de año y proteger el poder de compra; es incierto cuánta efectividad pueden preservar estas medidas a lo largo del año.
Descongelar las tarifas
Esos paliativos nos trasladan al segundo desafío del año 2021: cómo gestionar el descongelamiento de tarifas. Estas medidas se fundamentan en la compleja situación que evidencian los indicadores sociales. Si bien es cierto que primero la situación social debe mejorar, el difuso horizonte temporal del congelamiento de tarifas incrementa el riesgo de no encontrar una salida ordenada a este laberinto y por lo tanto potenciar los efectos desestabilizadores cuando ese desequilibrio se cierre por la fuerza.
En otras palabras, si al congelamiento de tarifas se entra sin un «plan de salida», la acumulación de ese rojo fiscal encontrará eventualmente su «salida» sin el componente «plan».
Las consecuencias del congelamiento, además de fiscales, incluyen el desabastecimiento energético y eventualmente la necesidad de importar energía. El primer paso para salir de manera ordenada es avanzar con una revisión tarifaria, postergada durante el año de pandemia.
Probablemente un paliativo para el bolsillo más vulnerable incluya un esquema segmentado de subsidios cruzados que fluyan de los hogares de mayores ingresos hacia los más postergados. De todos modos, ese esquema es un poco esquivo: sucesivos gobiernos no han logrado encontrar esa fórmula, ya que la correlación entre consumo energético e ingreso per cápita familiar no es inequívoca.
Tipo de cambio: ¿seguirá el crawling peg?
El tercer desafío para el año entrante será uno ya conocido, protagonista durante 2020: el tipo de cambio. Las decisiones tomadas por el BCRA y el Ministerio de Economía a lo largo de este año sugieren la intención de desplegar todas las herramientas disponibles a los fines de evitar un salto cambiario («evitar una devaluación» tiene algo de sinsentido en un esquema de «crawling peg» como el actual). Todo indicaría que para el año entrante el camino elegido será el mismo, máxime en un contexto de competencia electoral.
El punto de partida será algo pedregoso: las reservas netas ya se encuentran en niveles mínimos y la brecha se estabilizó alrededor del 70%-80% (emisiones de deuda en dólares mediante). A futuro, retorcer el nudo del cepo a costa de reservas internacionales ha dejado de ser una opción. Más difíciles de resolver y menos obvias son las consecuencias de la brecha: el adelanto de importaciones y el retraso de exportaciones ha evaporado el superávit comercial.
Será fundamental que aparezca una mayor oferta de dólares para poder sostener el esquema cambiario actual; y éste último es a su vez el principal causante de la retracción de la oferta de dólares en primer lugar («el perro que se muerde la cola»). Por último, un condimento más en la ecuación del sector externo será la recuperación de la actividad: las importaciones, necesarias para el normal funcionamiento de la economía, empezarán a subir, y, con ellas, la tentación de reimponer restricciones cuantitativas, que desarmarían cualquier posibilidad de crecimiento sostenible (en particular, del componente de la demanda más necesario en este contexto para el país: la inversión).
El comercio internacional: más exportación
Cuarto y último será quizás el desafío más difícil de encarar y el más vinculado con el largo plazo: el dinamismo de las exportaciones. La contracción del comercio global naturalmente ha impactado en la colocación de estos excedentes en todos los países del mundo. Sin embargo, para nuestro país su importancia radica no solo (o no tanto) como un componente más del modelo de crecimiento sino como la única fuente genuina de divisas, que es lo que puede descomprimir el frente externo para no sufrir restricciones de dólares para el pago de deuda o de importaciones.
Sorpresivamente, este desafío ha sido el único que ha dado una nota de optimismo de cara al año entrante: desde junio el precio de la soja no para de crecer y se ubica en el nivel más alto de los últimos 6 años. Resta que ese proceso se mantenga y se traduzca en una mayor oferta de dólares durante el primer semestre de 2021, lo que definitivamente ayudaría para encarar el año atendiendo el resto de los frentes.
Por Paridad en la Macro. Publicado originalmente para BAE Negocios