Contraer deuda puede ser atinado en algunos casos, pero también es un arma de doble filo dado que la mayor parte de la deuda externa argentina no tiene contrapartida en bienes, en especial que ayuden a generar divisas
«Queremos volver a ser independientes y manejar nosotros los resortes de nuestro país. Por eso, hace pocas horas, decidimos terminar con esa deuda de cincuenta años y le dijimos al Fondo Monetario Internacional ¡basta con la deuda externa!. La Argentina paga, la Argentina se libera, construye su destino y comienza a construir su independencia» (Néstor Kirchner, 2004).
Desde nuestro origen como país recaemos una y otra vez en la discusión de si hay que acceder a mecanismos de financiamiento externo (o interno) o no, cuando, en realidad, las verdaderas preguntas deberían ser: con quién, para qué, cuándo y bajo qué condiciones. Pues bien, intentaré analizar en las siguientes líneas cada uno de estos ítems.
En principio, y discrepando con lo que manifestó el diputado Luciano Laspina dos semanas atrás, hay diferencia y mucha a la hora de contraer deuda en dólares con legislación extranjera o en pesos con legislación nacional. El diputado dijo que «no hay deuda mala o buena». La realidad es que sí hay deuda mala y es aquella que se contrae sin intenciones de ser utilizada para capitalizar al país y sin indicios ciertos de que pueda ser pagada. No me declaro enemiga del endeudamiento en dólares. Sobre todo, porque no me olvido de que vivimos en un país con fuerte restricción externa, que en reiteradas oportunidades obstaculizó el desarrollo de la industria nacional, por lo tanto considero que contraer deuda puede ser atinado en algunos casos.
Esto sin perder de vista que es un arma de doble filo y como remedio puede ser peor que la enfermedad, dado que la mayor parte de la deuda externa argentina no tiene contrapartida en bienes (en especial que ayuden a generar divisas), lo cual es un grave problema y es lo que aumenta el sacrificio del pueblo a la hora de saldarla.
La teoría nos dice que un país se endeuda cuando importa más de lo que exporta y la contrapartida de la deuda se refleja en más bienes de capital, en más energía, en más materias primas, en más bienes de consumo. Pues bien, este no es el caso de Argentina, ya que la principal contraparte de su deuda externa en la balanza de pagos es la fuga de capitales privados.
Fuente: Datos propios
El destino del endeudamiento
Esto fue lo que sucedió durante los cuatro años de la gestión de Mauricio Macri. Se contrajo una deuda exorbitante cuyo destino fue financiar la fuga de capitales y la timba financiera que benefició a unos pocos en detrimento del resto de la población, en quien recae el esfuerzo de honrar los compromisos adquiridos.
En 2015, previo a la asunción del candidato de Juntos por el Cambio, nuestro país tenía una deuda vigente por USD166.781 millones (lo cual no representa la deuda total sino solamente la que estaba contraída en moneda extranjera hasta ese momento). La deuda en dólares había ascendido a USD251.345 millones a finales de 2019. La pregunta que debería desvelarnos a todes les argentines y que les candidates de ese espacio político eluden es dónde están los más de USD80.000 millones que ingresaron al país. No se los ve por ningún lado.
No se encuentran ni en rutas ni en escuelas ni en hospitales, tampoco en centros de salud, en tecnología de punta, en becas para investigación científica, en desarrollo del sistema productivo interno ni en la promoción de sectores claves para el desarrollo nacional como podrían ser la energía o el transporte por rutas terrestres, aéreas o de navegación por mares o ríos.
Preguntémonos juntes: ¿dónde están los USD80.000 millones que entraron bajo el mandato macrista?
Repasemos. La primera medida que tomó el gobierno de Juntos por el Cambio (espacio que ahora se denomina Juntos) cuando asumió fue cancelar la deuda con los famosos «fondos buitres», esos acreedores a los cuales los gobiernos de Néstor y de Cristina Kirchner se habían negado sistemáticamente a pagarles teniendo como referencia el marco de los acuerdos de quita alcanzados en 2005 y 2011. El plan del macrismo era «volver al mercado externo» y poner nuevamente a girar la ruleta financiera. Para ello era necesario cancelar la deuda con los fondos buitres a como diera lugar.
Deuda en dólares o en pesos
La preeminencia del endeudamiento en moneda extranjera configuró un peculiar escenario. Las divisas provenientes de la deuda ingresaban al país y eran canjeadas por pesos. Dichos pesos eran posteriormente absorbidos por los instrumentos de deuda del Banco Central en el marco de su estrategia monetaria (Lebac). Mientras el Tesoro emitía deuda en dólares para solventar necesidades fiscales y externas, el Banco Central emitía deuda para neutralizar los efectos monetarios de la deuda del Tesoro, buscando controlar la inflación.
Argentina desarrollaba así una paradójica estrategia, según la cual el Estado contraía deuda para compensar los efectos de la emisión de su propia deuda.
Por su parte, los acreedores privados hacían su propio rulo, cambiaban dólares por pesos, con estos pesos compraban estos bonos emitidos por el Banco Central y luego, dadas las exorbitantes tasas de interés que se pagaban, salían con más pesos para comprar más dólares de los que habían ingresado. Era el negocio perfecto y todo provisto por el Estado. Fue una fiesta a la que solo pudieron acceder los privilegiados de siempre.
En 2018 todo se desmadró. Los cuantiosos volúmenes de deuda externa contraída hasta principios de ese año favorecieron un escenario de apreciación cambiaria que, junto a los atractivos intereses ofrecidos por los títulos de deuda de corto plazo del Banco Central y la desregulación a los movimientos de capitales internacionales, propiciaron el arribo de capitales especulativos.
Esto provocó una salida muy apresurada de dólares del país que obligó al Banco Central a vender abultadas cantidades de las reservas. Durante abril de aquel año se llegaron a vender casi USD5.000 millones. Repito, casi USD5.000 millones de las reservas nacionales que fueron exclusivamente destinadas a salvaguardar las cuantiosas ganancias de unos pocos a costa del empobrecimiento de las mayorías.
Posteriormente, y dada la situación de desmadre y de desconfianza de los acreedores privados, el gobierno de Cambiemos debió recurrir al Fondo Monetario, prestamista de última instancia internacional, y la última carta que le quedaba para no defaultear su propia deuda.
Ahora, con el final de la película, sabemos que ni siquiera recurrir al Fondo Monetario logró evitar el default, ya que el ex ministro de Economía Hernán Lacunza debutó en 2019 con el famoso «reperfilamiento de deuda», que no fue más que reconocer que no se podía cumplir con los compromisos y había que postergarlos.
Los intereses de los poderosos en el mundo se juegan en diversos escenarios: en campos de batalla o en campos financieros, hay muchos modos de doblegar a una Nación para que entregue riquezas que teóricamente la legislación internacional asegura proteger. Una de esas maneras es intervenir militarmente en países inventando situaciones no democráticas ejercidas por gobiernos autoritarios, otra manera es doblegar a su población exigiendo el pago de deudas espurias que benefician a muy pocos, amparados por una legislación que no contempla sanciones ejemplares para quienes cometan estas enormes tropelías.
Ahora bien, como diría el poeta: “…Nunca es triste la verdad, lo que no tiene es remedio, y no es prudente ir eternamente camuflado por ahí…” Joan Manuel Serrat.
Ignorar estas verdades elementales tiene sus consecuencias, que generalmente se pagan con mayor miseria y con más hambre.
Por Laura Testa. Publicado originalmente por BAE Negocios